10/7/09

Venian en pequeños sobres por correo cada tarde de julio. Acostumbrado, en aquel pueblo de muertes de periodico, Alonso Linares recordaba los tiempos en los que Mía era poco mas que la fría mujer que se paseaba la calle de "la trinchera" cada tarde para buscar a sus amigas y ponerse a chismosear tejiendo. El tiempo lo habia vuelto un asombroso mago: podia predecir los movimientos a cada hora del pueblo, que se hicieron monotonos, incluso en los dias de fiesta. Desde la muerte de Don Alejo, ya nadie buscaba parranderos en las calles.
Trepo las colinas que eran la salida a la carretera de aquel pueblo, y se arrimo a pedir transporte pa'l hipodromo de la Hacienda. Lo llevaron unos capos de las apuestas y lo dejaron en el rincon de siempre. Desde alli, hay gente que todavia reclama una mirada cada año cuando velan la muerte de Linares. Sin causas, sin explicaciones, pero lo peor, sin mas consecuencias que un luto anual.

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