21/10/09



Mimetizados, envueltos en el halo de la incertidumbre. Muchas veces se grita de lejos lo que ni de cerca se entiende, pero en los instantes en que la deriva te hace pensar en lo que no tienes, cualquier palabra, cualquier gemido, cualquier gesto dice muchas cosas. Ayer recibí un mensaje de las rosas; y lamentándose me decían que no llueve porque necesiten agua, sino que al agua se le dio la gana de mojar y punto. El viento derramaba lágrimas porque ya estaba viejo, pero no lograba superar las costumbres que tenía de niño. Los relámpagos en el cielo se quejaron de su efímero placer. Hasta estos días quiero yo saber la queja del mar, que sin culpa alguna se nutría del agua, danzaba con las palabras del viento, y reflejaba con tonos matices los relámpagos en su amarga superficie. En esta isla, las tormentas pasajeras suelen dejar los mensajes más duraderos. No hay voz alguna para inventar ecos, no hay opiniones que resuelvan mis pensamientos, y el amparo de un Dios con un plan de vida borra los límites del presente; dejándome vulnerable a hacerme consciente de una sola realidad. Esta, la de palmeras balanceándose en una noche sin luna, la de frío remedando golpes en alianza con las gotas de agua, devolviéndome lo que con gusto había logrado perder, el miedo. Los momentos en que aquel par de sentimientos tocan a mi puerta se hacen menudos, pero notables; inciertos, pero profundos; y sobretodo malacostumbrados a pasar a mi casa hecha de palma, palos, arena y caracoles, cada vez que les da la gana. El miedo siempre viene de traje completo, con una corbata gris, que denota según dice el lo vago de su motivación diaria. La compañera, esa si me da miedo! Vestida de Rojo intenso, sedante y con mañas para entrecortar mi respiración, y la tentación de alargarme el dia, amargo o placentero. Su nombre es soledad y carga un bolso con dolor para regalar a quien lo pida. De Martes a Lunes, de Enero a Diciembre, desde el primer dia en que sabes que tienes algo o alguien por quien preocuparte, se dan por sentadas las visitas, como la consecuencia inevitable, como el efecto secundario de querer compañía. Aquellas visitas son momentos, que sea como sea, se haga como se haga, nadie me arranca. Son míos, digo yo. Los hago míos por orgullo, por demostrar sin ser pedido que no me duele la soledad. Pero ahí en la esquina está esperando a que deje de aferrarme de los brazos ajenos, esperando a que le dé gusto. No creo estar dispuesto a hacerlo mientras alguien me regale sus manos, mientras alguien esté a mi lado para decirme que no es más que un mito aquel cuento del instante negro y de las visitas del tipo de corbata gris, y la dama roja.


No hay comentarios: