10/6/09

Lamentos de la soledad

Un día cualquiera nació el deseo de podar todo el “yerbero” que había crecido. “Inútil cuando crece más rápido que lo que lo cortas” le gritaba desde la nada una melodiosa voz, apenas reconocible. El deseo de desplantar del trono al caos que reinaba aquel orden entonces, fue la más sencilla de las razones para volver a ese quisquilloso niño un desquiciado prisionero de un rencor endulzado por el tiempo, y fanático seguidor de la soledad, que a menudo se vanagloriaba burlándose insensatamente de la felicidad a medias. Un día cualquiera nació la idea de romper con la monotonía de cada sol. ¡Cuánta miseria contaban los inexistentes ángeles! Tan solo consiguió ser monitor de un día tras otro, viendo como un rollo de película su vida en grises, consagrando su corazón a su amada religión. Con el pasar de tantas lagrimas resecas de ausencia, se fue dañando su pesado corazoncito, que a duras penas servía de soporte para mantener la puerta de la casa de madera contra el viento. Tal cual fue usado aquel montón de carne, haciéndole la vida difícil al viento cada tarde, a la misma hora, en el mismo desolado bosque, donde a menudo iban a parar lamentos desplazados por Dios. Un día cualquiera, fundió con el sol y la luna palabras que, sin necesidad aparente, se iban plasmando letra a letra en un papel, regocijando el sin-sentido de las escrituras, siendo muy entendido por el sueño y la vigilia, verdugos de su falsa Diosa. Guardo en un sobre el papel, y retrasó su entrega mientras pudo. Hablaba a menudo disociado de sí, con sus múltiples “yo”, intencionado de encontrar el motivo de sus burlas, de sus ausentes lagrimas, de su falta de sentido y, aun así, de la insistencia del viento cada tarde. Así perdió de a poco los frenos, y fue cobrando resignación. Tan fácil era respirar desconectado del mundo en “días cualquieras”, sin medida ni miedos. Y fue así en un día cualquiera, que envió su sobre y sus papeles a las líneas del olvido, y; corrupto de cansancio, elevo gritos al nocturno paisaje hasta que tuvo energías para sentarse a reafirmar su condición de prisionero del amor, Satán de la simpleza humana. Esa tarde Dios le premio con el viento cerrando su puerta, y un cruel abrazo que dejo a un lado a la pobre soledad, sin fanáticos, sin súbditos para probar su existencia.

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